Reflexión: Volver a uno mismo

Por momentos puede parecer que tengo todo en contra. Que no puedo. Que no tengo alternativa, ni salida. Puede parecer que por más que grito, no soy escuchado. Que por más que agito mis manos, nadie observa. Que se me cierran las puertas. Que el mundo conspira.
Sin embargo, eso que observo del mundo es solo eso, una decodificación del mismo, la historia que en algún momento comencé a contarme. Y cuando eso que me digo se vuelve un mensaje preponderante, fuerte, hay algo que pierdo de vista. El único mundo que conspira, es el mundo que me habita, el que constituyo, el mío, aquel del cual me puedo hacer cargo en la medida en que puedo ser dueño de mi razonamiento. Mi mundo está construido a partir de una retórica que aprendí a contarme, con juicios que en algún momento comencé a confundir con la realidad, que di por ciertos, irrefutables y que en principio no podría cambiar.
Entonces hay una poderosa herramienta, que puede cambiar mi destino frente a todo eso que me acecha. Una práctica que defina el rol que voy a jugar a partir de ahora. Esa práctica es simplemente… volver a mí. A mirarme a mí en mi acto de mirar al mundo. Mirarme en mi convicción, en mi ser, como protagonista del mundo que me rodea, como generador de las alternativas que quizás ese entorno no me ofrece de manera tan visible; mirarme en mi manera de escuchar, para ser escuchado; en mi forma de ofrecerme a otros para también contar con otros. Si no vuelvo a mí, no puedo mirar al mundo, porque cuando lo observo no contemplo otra cosa que la manera en la que lo interpreto. Por ende, siempre tengo la opción de hacerme cargo, de hacer algo, de tomar decisiones, algunas de ellas podrán ser más simples, otras serán dolorosas, pero las alternativas aparecerán en la medida en que me mire en cada entorno que habito.
Y el mundo que conspira, podrá ser un mundo que me abra todas las puertas que quiera atravesar.